Los Mismos Ojos por Lizabel Mónica

by    /  September 23, 2013  / 1 Comment

Tú, entonces, te volviste hacia el espejo para comprobar, en la imagen de tu rostro, reflejada en aquella superficie turbia, tu existencia. Mas no te reconociste. Eras la otra y llevabas un anticuado uniforme de enfermera.

Farabeuf
Salvador Elizondo

Y esa era la última: Denisse, de medio cuerpo. Yo tenía diecisiete y desde que era niña no veía esa foto. Había cargado con ella como con sus ojos, ahora también míos, y la maleta vieja que no había vuelto a abrir, desde hacía diez años.

Estaba linda. Aquella blusa siempre le quedó bien. Pero su preferida fue la blanca con flores rojas alrededor del escote, sobre los senos, casi sobre las areolas que yo adivinaba cuando la veía vestida.

Ahí estaban sus labios torcidos, pintados de rojo. Sus ojos mudos. Podían adivinarse debajo de esos ojos, la lengua limpia, los dientes parejos. Una boca que no estaba hecha para hablar.

Denisse era lacónica. Reservaba la comunicación verbal para momentos donde no hubiera más solución; como aquella noche, cuando tal vez convencida de lo contrario, dijo “no te preocupes, bonita, estoy segura de que no nos pasará nada”.

Entonces sonaron los aldabonazos en la puerta. Sobresaltada tiré el cuaderno de fotos que cayó justo cerca de mis pies.

Me agaché a recogerlo antes de abrir. Seguramente era Lilian.

* * *

‒Desde que tenía seis años las puertas para mí se dividen en dos tipos. Las que me provocan un nerviosismo enfermizo y un dolor áspero en el estómago, y las que no. Las primeras tienen olor a pegamento; las segundas, olores disímiles, o no los tienen… No, espera, se apagó, dame para encender…

  1. Lizabel Mónica
  2. Lizabel Mónica portrait
  3. Narradora, poeta, crítica de arte y editora.
  4. Es Licenciada en Historia. Es la coordinadora del proyecto internacional multifacético de arte, escritura y pensamiento DESLIZ y de una revista digital del mismo nombre. Es probablemente una de las personas en Cuba que más blogs ha desarrollado, entre los que se encuentran: CUBA FAKE NEWS, PALADEO IN DELEITE, REVISTA DESLIZ, BROKEN SPANGLISH, LIZABEL MÓNICA, y LA TAZA DE CAFÉ.
  5. Leer más…

Le extendí la mano a Nara, pero antes de que ella pudiera reaccionar, Sandro acercó su encendedor y me ayudó a prender el cigarro. Fumé un poco más.

De repente no sentí ganas de seguir parloteando y me froté los dedos como si reclamara alguna carencia. Quizás sólo trataba de palpar mi repentino deseo de no hablar una palabra más por el momento. Pasé el cigarro.

‒Hey, hola a ti, muchacha…

Todos me prestaban atención, y Nara movía una mano a modo de saludo.

Debo haber estado absorta con mis dedos por algún tiempo. Con la marihuana uno pierde las nociones temporales. De todas formas, hayan pasado veinte minutos o un segundo, yo seguía sin deseos de hablar; y peor, ya no quería estar allí.

Era la señal de que algo iba a ocurrir…. quizás ya estaba recordando.

* * *

Mi padre estaba despierto. Quería saber qué había hecho, dónde había estado. Le dije que en casa de Nara y que iba a dormir. Me agarró del brazo y no dijo nada, pero supe que había visto en mis ojos la carga de la marihuana. Dejó que yo me diera cuenta de que él sabía. Luego me soltó y dijo que lo llamara la próxima vez para decir dónde estaba.

Me fui a mi cuarto pero no pude dormir de inmediato. Pensaba en Denisse. Sentí cuando mi padre apagaba la luces, y como siempre, abría la puerta del balcón antes de acostarse. Recordé la navaja que tenía junto a la cama para defenderse de los ladrones.

Entonces imaginé a mi padre entrando al cuarto. Nunca lo hacía sin pedirme permiso del otro lado de la cortina.

Fue un pensamiento muy extraño.

Finalmente me dormí.

* * *

Al día siguiente mi padre se levantó de mal humor y no recuerdo por qué discutimos. Terminamos irritados como pocas veces.

Acostumbrados a hablar lo menos posible, evitábamos casi siempre las peleas. En pocas ocasiones perdíamos el control; aquel día fue una de esas ocasiones.

Le grité sin mirarlo a los ojos, pero alzando la voz como nunca me había atrevido a hacerlo. Sabía que él estaba demasiado molesto para aguantarse.

‒Ordena la cocina ‒dijo mientras me levantaba por la fuerza del sillón.

Quizás debí quedarme callada. Pero ese día no tenía deseos de reprimirme, no sé si era por los rezagos de la marihuana o porque de un momento a otro tendría que ir para la escuela; lo cierto es que tampoco pude aguantarme. Mandé a la mierda mis temores y lo miré de frente.

‒En cuanto te vayas ‒dije.

Tampoco nunca lo había tratado de “tú” mirándole a los ojos. Se quedó un rato en silencio. Luego acercó su cara a la mía y habló en voz baja, pero pronunciando las palabras lentamente, con su timbre ronco y el tono ácido que sabía usar muy bien:

‒Cada día te pareces más a Denisse… Si no te andas con cuidado, acabarás como ella.

Tenía su asquerosa cara pegada a la mía, y no podía moverme. Lanzó su aliento sobre mí cuando volvió a hablar:

‒Los mismos ojos negros…

Estuvimos así unos segundos que pensé no acabarían nunca, hasta que él se apartó despacio y se quedó mirándome.

Me solté y salí de la casa. Intentó detenerme pero no pudo. Tiré la puerta y corrí, por miedo a que saliera detrás de mí. Seguí corriendo hasta perder la casa de vista.

Ya no iría a la escuela.

Fui a ver a Sandro. Lo deseaba.

* * *

‒¿Quieres estar sola?

No lo sé, pensé, ¿cómo puedo saberlo? Sandro esperaba una respuesta.

‒No.

‒¿Puedo preguntarte qué pasó?

No lo miré. No pensaba responderle.

‒Creo que fue cuando te puse boca abajo, quizás no te gustó que te virara o fui brusco, quizás debí preguntarte…

‒¿Siempre quieres saberlo todo?

‒Me gustaría seguir viéndote.

‒Nos vemos todos los días en casa de Nara.

‒Quisiera estar más cerca de ti.

‒Me da calor.

‒¿Qué?

‒Tener a una persona demasiado cerca me ahoga.

‒¿Así está bien?

‒Un poco más allá… Mejor me siento aquí y tú te quedas en la cama…

Comencé a vestirme. Me sentía incómoda y no tenía deseos de hablar.

‒Me voy.

‒Espera, ¿no quieres dar una vuelta?… ¡Mairet!…

Oí como me gritó mientras cerraba la puerta, “¡¿Nos vemos en casa de Nara?!”, creo que dijo.

* * *

Llegué a la casa. Como todos los lunes, mi padre no estaba. Lilian llegaría en una hora.

Los lunes eran mis mejores días, mis días especiales con Lilian, pero aquel lunes estaba ansiosa.

Le había robado los cigarros a Sandro. Prendí uno y me senté en la cama. Debía de entrar al cuarto de mi padre antes de que llegara Lilian para ver si estaba organizado y para colocar los espejos, pero no tenía deseos de entrar allí por ahora.

Dejé el cigarro. Estaba demasiado ansiosa para fumar. No quería tener nada en las manos.

Pensaba en Denisse, de repente volví a pensar en Denisse. Y unos minutos después estaba abriendo la maleta vieja.

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No estaba segura de si quería hacerlo o no, pero ya lo estaba haciendo, y estaba demasiado alterada como para reflexionar lo que hacía. Allí estaban las fotos, entre el bulto de ropa vieja.

Las primeras páginas del álbum eran para los “tíos”. Cada uno nombrado cuidadosamente por ella: tío Carlos, tío Pablo, tío Justino, tío González, tío Alberto, tío Federico… Una larga sucesión de hombres que sólo tenían en común las caras alegres y la fina caligrafía al pie de foto de Denisse. Ellos ocupaban la mayor parte de eso que cualquiera llamaría idiotamente memorias familiares.

Y después del último tío, estaba mi padre con su cara cerrada y dura.

Busqué en la cajetilla, ya no quedaban cigarros y tenía muchos deseos de fumar.

Volví al álbum. Ahí estaba la última foto: Denisse.

* * *

Luego de recoger el álbum del suelo fui a abrir la puerta.

Era Lilian. Vi por la rejilla su boca inexpresiva. La boca que siempre me recordaba otra boca.

Cuando abrí la rejilla de la puerta supe que iba a encontrar la boca inmóvil de Lilian y enseguida vería esa otra boca, una boca con mueca de labios torcidos… Era su boca, la boca de ella, la boca de Denisse, y las piernas que entraron detrás del olor a pegamento de la puerta al cerrarse, eran como las piernas de Denisse cuando se ponía la saya porque iba a salir a la calle, “hoy es un buen día para el trabajo, bonita”. No dijo más, pero yo sabía que era una de esas tardes desagradables cuando me dio la espalda.

Lilian sonrió. Miré sus ojos grises y vi mis ojos, los ojos negros dentro. Lilian caminó hacia el cuarto de mi padre y la seguí apresuradamente para ver cómo se desvestía. Lilian caminaba muy rápido y siempre me dejaba sola en la sala, hoy no quiero estar sola, Denisse, no te vayas.

Entré al cuarto, ya Lilian estaba completamente desnuda. La ropa encima de la mesita de noche donde estaba el retrato de mi padre, del cual sólo se veían sus ojos azules debajo de la saya de Lilian.

Ahora yo debía desvestirme. No estuve sola mucho tiempo. Denisse volvió después haciendo la mueca de los días malos: “hoy los hombres están insoportables”.

Lilian me miró y comprendí que esperaba a que me quitara la ropa. Como siempre fui hacia el espejo, Denisse se desvistió, vi sus senos, sus nalgas, el pelo largo, como me observaba de forma extraña. Tocaron a la puerta fuertemente. Denisse me miró: “no te preocupes, bonita, estoy segura de que no nos pasará nada”, se puso la blusa y la saya, las aureolas sin sostén saltaban a la vista.

Fue hacia la puerta. Un hombre entró y dejó caer una botella. Lilian se acercó, me acarició unos segundos. Luego se arrodilló para lamer entre mis piernas. Sentir por un momento su nariz mojada en mi vagina me hizo olvidar aquella tarde que recién estaba recordando, pero se levantó y volvió a mirarme, con sus ojos grises, y como siempre, sin que lograra definirlo antes, con los ojos negros de Denisse.

Denisse se veía molesta, “váyase de aquí, en mi casa no entra ningún hombre”. Él no me había visto, yo estaba en una esquina del cuarto, la esquina que me designó Denisse antes de abrir la puerta. “Señora”, murmuró, y arremetió contra Denisse para besarla. Denisse se irritó, me miró, se quedó sin palabras, intentó empujar al hombre fuera del apartamento.

Lilian parpadeó, estaba desconcertada, sabía que no podía preguntar qué me ocurría; le había pedido que nunca habláramos durante nuestras citas. La golpeé y ella creyó que todo había vuelto a la normalidad, que comenzaba lo de siempre.

Me devolvió el golpe y me lanzó de espaldas contra uno de los espejos, El hombre empujó a Denisse dentro y cerró la puerta. La tiró sobre la cama. Denisse me miró de espaldas desde el espejo. Él se había acomodado encima de su cuerpo, “espera” le dijo ella, “la niña”. Él se hizo a un lado, Denisse se incorporó y me tomó de la mano, me llevó hasta la bañera, “quédate aquí, si te quedas tranquila él se irá pronto”, cerró la puerta con olor a pegamento del baño.

Me di vuelta, cogí a Lilian, la besé violentamente. Apreté la carne de sus hombros, Lilian se separó. Me arrinconó contra la pared y pasó la lengua por mi boca, por mi cara. Hubiera querido tragarme sus ojos. Me aferré a la pared hasta que se partió de raíz una de mis uñas. Me abandoné para soportar el dolor.

Abrí la puerta del baño. Siempre le había hecho caso, pero ese día no; no sé si por curiosidad o por miedo a quedarme sola. Los manotazos que le daba a Lilian la hacían retroceder. Apenas podía defenderse, gritaba enloquecida y yo estaba completamente excitada.

Salí del baño y caminé despacio para que no me sintieran. Llegué al cuarto y los vi. Él encima de ella, moviéndose. El rostro de Denisse vuelto hacia la puerta. Lilian me había agarrado del pelo y ambas caímos al suelo, revolcando un cuerpo contra otro.

Lilian, con el aliento entrecortado y los ojos enrojecidos, se levantó y fue a buscar la navaja que guardaba mi padre junto a la cama. Me apreté los pezones mientras esperaba. Él había cargado a Denisse para ponerla en cuatro sobre la cama, las nalgas hacia él. Veía por primera vez aquello que sólo había visto en las revistas que escondía Denisse debajo del colchón. Los miraba, pero la cara de ella seguía volteada hacia la puerta. Yo quería ver sus ojos y su boca. Lilian estaba encima de mí, me ofrecía la navaja.

Caminé hacia Denisse para ver su rostro. Me detuve frente a ella y su mirada fue más allá de mí. Tenía los ojos vacíos. Entonces me vio, me gritó y yo no pude moverme, no sabía qué hacer y me quedé allí, mirándola. Lilian me ofreció su brazo, tenía la boca abierta y llena de saliva. Los ojos inquietos.

Allí estaban los ojos de Denisse que gritaba e intentaba incorporarse. Golpeaba al hombre, él trató de aguantarle las manos mientras ella luchaba por levantarse. Él agarró sus piernas y las haló hacia sí… el halón hizo que Denisse perdiera el dominio de sus manos y su cabeza cayera secamente sobre el piso.

Coloqué la navaja donde no había marcas y corté las venas. Lilian movió el brazo para que la sangre cayera sobre su cuerpo, rociara su vagina hasta que yo la penetrara con mis manos rojas. Denisse no se movía. Bebí la sangre del brazo de Lilian. Sólo las nalgas de Denisse se movían. Él la zarandeaba sosteniéndola por las caderas. Cuando se dio cuenta la dejó caer sobre la cama y me miró. Corrí al baño y cerré la puerta. Él intentó abrir y yo grité, lloré, me quedé dormida.

* * *

Cuando me sacaron Denisse ya no estaba sobre la cama. Me hicieron recoger mis cosas en una maleta para llevarme con mi padre, aquel hombre al que sólo había visto en la foto.

Cuando terminamos, como siempre, me levanté y busqué las vendas que necesitaría Lilian. La cargué para acostarla en la cama de mi padre. Mientras ella se recuperaba yo limpiaba la sangre de su cuerpo. La contemplaba.

Lo cierto es que ver su cuerpo inmóvil y sin fuerzas me excitaba tanto como volver a tocarla. Con suavidad, una vez que despertara y abriera los ojos grises, los ojos negros de Denisse para mirarme.

Aquella noche de lunes, cuando Lilian se fue y volví a estar sola, tomé el álbum y lo guardé dentro de la maleta vieja para luego ir a ducharme.

Cerré la puerta, aunque no hubiese nadie siempre cerraba la puerta del baño. Al salir de la ducha me sentí cansada. Supe que no iría a casa de Nara esa noche.

Me senté en el piso azulejeado y dormí.

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Los hechos y/o personajes de esta historia son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

All facts and characters appearing in this work are fictitious. Any resemblance to real persons, living or dead, is purely coincidental.

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