“Me siento sanamente exiliado”: Entrevista con Harry Almela

by    /  September 14, 2012  / 1 Comment

Harry Almena

Photo: Vasco Szinetar

El poeta venezolano Harry Almela, ganador de la beca Guggenheim (2009) y del premio de cuentos El Nacional (1991), relata sin restricciones todo sobre su trayectoria, no sólo como intelectual, sino también como ciudadano. Además de escribir, Harry es un reconocido promotor cultural, ex secretario ejecutivo de la editorial La Liebre Libre. En esta conversación, vía Skype, el escritor habla sobre sus últimas publicaciones La Patria Forajida y Silva a las Desventuras en la Zona Sórdida.

Me gustaría saber acerca de tu experiencia como Secretario Ejecutivo de La Liebre Libre, una de las editoriales independientes más importantes en Venezuela.

Comencé a trabajar con La Liebre Libre más por un acto de rebeldía que por compromiso. En 1991 tuve que abandonar mi puesto en el Departamento de Literatura de la Secretaría de Cultura de Aragua. Entonces me dije, “bueno, me voy, pero sigo haciendo algo”.

La rebeldía se convirtió en una aventura de 85 títulos. En La Liebre Libre se publicaron poetas jóvenes de esa generación; poetas internacionales poco conocidos en esa época, como la rusa Anna Ajmátova; libros de ensayos como “Teatro y literatura , textos de Octavio Paz, T. S. Eliot, Fernando Pessoa y Oscar Wilde” y algunas cosas medievales, como parte de la obra de Ramón Llull. También se editó una colección de traducciones: Rafael Cadenas tradujo la poesía de D.H. Lawrence y Eduardo Estévez tradujo a poetas gallegos poco conocidos en Venezuela.

También incursionaste en el mercadeo, las relaciones públicas y la producción.

Sí, aprendí cómo tratar con escritores, promover los libros en las librerías y organizar eventos para poner los libros en circulación. Además, el proceso me permitió conocer sobre el extraordinario mundo de la edición —la producción, las imprentas, los correctores y las artes finales.
Hacía todos los diseños en casa, todos son libros caseros. Me fajé a diseñar, a corregir y a discutir esas correcciones con los autores.

¿Y ya no saltará de nuevo La Liebre?

Los amigos me preguntan eso, que cuándo reinicio La Liebre, y no lo sé, tal vez sea un capítulo cerrado. Miguel Marcotriggiano hizo una antología de la poesía de los noventa y gran parte de los poetas que están presentes en la antología se publicaron primero en la editorial. Tal vez quedará para la historia como lo que tú dices, “una de las mejores editoriales del país”, aunque yo diría, “la mejor editorial del país” (risas).

¿Cómo fue el proceso de selección de El Dulce Mal , la antología de poesía amorosa que publicaste en 2008?

Yo ya tenía una inmerecida fama de ser un buen lector de poesía. Y Leonardo Padrón, entonces coordinador de la colección Llámalo amor si quieres, me propuso compilar la poesía relacionada con lo amoroso. A mí me resultó fascinante. Y había notado que mucha poesía de nuestro país tenía que ver con el paisaje y la casa —temas que están presentes en mis preocupaciones literarias— y además había descubierto muchísima poesía relacionada con el tema amoroso.

Elegí a ciento cuatro poetas y cuando presenté el borrador a la editorial me dijeron, “eso es mucho”. Llamé a Leonardo y le dije, “hermano, son ciento cuatro, no pueden ser menos. Quiero ser lo más amplio y respetuoso posible”. El único criterio que privó fue el tratamiento de lo amoroso, ni siquiera privó alguna consideración de tipo personal o político. Ahí están presentes escritores que no disfrutan de mis afectos personales y políticos.

Quise expresar algunos criterios en las notas biográficas de cinco o seis líneas con las que se acompañaron los poemas. Escribir esas notas y las bibliografías fue un trabajo monstruoso. Pensaba en lectores que no tenían por qué ser cultos o conocedores de poesía. En primera instancia, me lo imaginé como un libro de autoayuda, para que la gente pasara su barranco, una guía para jóvenes que quisieran enamorar a alguien. Pero también me interesaba que los lectores tuviesen una referencia de las características fundamentales de cada uno de los poetas y su respectiva bibliografía. Bueno, resultó ser el libro de poesía más vendido del año en Venezuela.

Entiendo que el libro será reeditado.

Sí, el próximo año escolar se publica una edición revisada para lectores de bachillerato. La idea me gusta muchísimo, no porque me vayan a conocer los jóvenes, sino porque van a enterarse de poetas de los que probablemente no han oído hablar en su vida y van a tener una información bio-bibliográfica que puede marcarlos no sólo como lectores, sino incluso como posibles escritores.

Hablemos de la realidad venezolana actual ¿obliga ésta a cambiar el lirismo en la poesía?

Ha habido una mutación del paisaje, lo han cambiado todo, y lo poco que ha quedado se ha ido derrumbado. Nos cambiaron la hora, el escudo, la bandera, las calles, los edificios, las carreteras, el paisaje natural, y todo lo demás se está destrozando. Creo que, entonces, no se puede cantarle al nuevo paisaje con el lirismo con el que cantaba Vicente Gerbasi o Armando Rojas Guardia. Ese cambio, por ejemplo, es evidente en el último libro de Leonardo Padrón, Los métodos de la lluvia. Al meterse en esta nueva Caracas, Padrón presenta un cambio de ritmo, de sonoridad, y se acerca a una tradición que estamos aprendiendo a revisar por vía oblicua.

Al desaparecer los paisajes, al transformarse, hay una ruptura entre los seres y su entorno. Hay un hueco terrible que sólo una modulación de lamento, de queja, de rezo, de oración, puede intentar resolver. Y por eso ahora se está escribiendo una poesía extraordinaria en Venezuela. Quienes han podido prestar oído a lo que está sucediendo, se han dado cuenta de lo terrible y de lo duro que es. Cantarle al amor en un país donde no puedes ir al cine, por causa de la delincuencia, es complicado. Cantarle a la sexualidad cuando ya no hay hoteles donde puedas practicarla es complicado. Continuar mirándose el ombligo mientras el mundo se cae a pedazos es irresponsable.

Ante el cambio de paisaje y la realidad, el imaginario colectivo recurre a la nostalgia por los viejos tiempos. ¿No es esto peligroso para la literatura?

Peligrosísimo. Me molesta mucho escuchar una frase que se ha convertido en refugio: “Cuando éramos felices y no lo sabíamos”. Qué frase tan horrible, porque ni siquiera es que no lo supiéramos, es que no nos interesaba el entorno. La clase media, la clase dirigente y muchísimos de sus intelectuales, escritores y poetas éramos irresponsables con lo que estaba pasando en el país. Se vivía en la burbuja del pequeño premio, de la editorial alternativa, de la beca, de los talleres pagados. Todos estábamos metidos en el mismo saco, absolutamente envenenados con las migajas de la riqueza petrolera que recibíamos de una editorial como Monte Ávila. Tengo tres o cuatro libros publicados en Monte Ávila y a mí no me conocería nadie si no tuviese contactos en el extranjero. Cuando fui a la feria de Guadalajara a presentar mi libro, invitado por Monte Ávila, resulta que a la editorial se le había olvidado llevarlo…

La gente no se da cuenta de que, en ese pasado que ahora añoramos, el gran norte era ganarse el premio Fernando Paz Castillo o el Ramos Sucre y publicar en Monte Ávila. Eso y todo lo que se montó a su alrededor —las editoriales, las páginas culturales de los periódicos, las escuelas de letras— es una mentira. No sé ahora, pero hasta hace poco los muchachos se graduaban de la Escuela de Letras con un poemario, ¡con un poemario! Mientras lo que ha ocurrido en el país, por lo menos desde hace 25 años, es terrible.

Esa nostalgia conlleva una sonoridad complaciente. ¿Cuánta poesía parecida a la de Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas o Ramos Sucre no se ha escrito en este país? ¡Es el horror!

Es importante seguir con atención lo que aprendimos de los maestros. Eso en sí mismo no está mal, lo que está mal es no buscar otros horizontes. En ese sentido, debo rendirle un homenaje a Eugenio Montejo porque su poesía dejó un camino muy abierto. Mis largas conversaciones con Eugenio me sirvieron para mirar el país desde otro ángulo, a buscarlo en su historia. Con él aprendí a leer a Mario Briceño Iragorry, a Rafael María Baralt y a César Zumeta . Esas búsquedas en la historia, son recientes preocupaciones de los escritores, me parece.

¿Qué puede rescatarse de la situación actual y su incidencia en las letras venezolanas?

Es bueno lo que está pasando porque hemos tenido que reconstruir nuestra historia. Ha surgido una necesidad de saber qué fue lo que nos pasó para llegar hasta aquí. Eso tiene que movernos la estructura con la que hemos venido trabajando. Ahora hay un ruido ahí y tienes que aprehender con el oído cómo es ese ruido. Eso es lo que hay, y está muy bien.

Como ciudadano ¿qué retos te presenta el país que describes en tus últimos trabajos?

Muchísimos. Si tengo que firmar algún manifiesto, lo firmo. Si tengo que asistir a una lectura de poesía en homenaje a algo, lo hago. Siempre que leo poesía en público, comienzo con algún poeta venezolano que hable sobre la ciudadanía o las preocupaciones del yo ante el entorno. No quiero ser un escritor que escribió sobre las cosas, me gustaría llegar a ser un ciudadano que sabe leer y escribir.

Veo a los escritores, a los músicos, y a veces siento que tienen unas posturas tan precarias con respecto a lo que está pasando en el país. La gran lección para los escritores es que debemos rebajar nuestra pedantería y vernos como simples ciudadanos que también hacen el mercado, son asaltados en la calle, se les va la luz y el agua. Es esa realidad la que a fin de cuentas nos va a definir.

¿Puedes dar un ejemplo de esa “postura precaria” en el círculo de escritores?

Quizá está mal que lo diga, pero cuando se inscribió Henrique Capriles Radonski hubo una marcha y el sector cultural de la oposición invitó a los escritores a concentrarse en un sitio. Me dije, “Ni de vaina. Me voy para Chacaíto, me meto a la marcha de otra manera”. No podría hacer una marcha con mis compañeros escritores por más que los quiera. No dije nada, porque muchas veces uno dice cosas en público y queda mal, pero a mí me interesaba mucho más ver a la gente común y corriente. Hacer una marcha con escritores, con cineastas o con profesores universitarios debe ser sumamente fastidioso.

Con los escritores y con los intelectuales amigos míos puedo conversar acerca de eso, pero no quiero que me priven de estar presente donde se bate el cobre. Por eso no uso vehículo, ando en metro, en camionetica, en taxi, a pie. Quiero ser un ciudadano más.

La Patria Forajida expresa nostalgia, la búsqueda de algo que ya no es. Si no es lo que una vez fue, ¿Qué es la patria hoy en día?

Creo que la gran lección que he aprendido es que el concepto de patria y escribir desde lo nacional es complicado, porque uno no sabe para quién está trabajando. Quien dice “yo soy nacionalista, yo soy venezolano” es muy patético porque al final no sabe para quién está jugando.

La patria es algo que limita y el nacionalismo es una cosa terrible. La patria puede ser un gancho que te agarra, te fija a un sitio y no te permite ver otras cosas o pasearte por otros escenarios. Por eso es que en La Patria Forajida, le digo “vete, déjame en paz, déjame tranquilo”. Mi patria es otra cosa: mi infancia, mis recuerdos, mi historia. Pero esta cosa terrible que está pasando no puede ser mi patria, ni siquiera cuando salgamos de esto.

En el deporte se expresan las contradicciones del nacionalismo. Estamos unidos cuando gana la Vinotinto [la selección nacional de futbol], pero asesinan a una persona cada dos horas en Caracas. Las autopistas son una mierda, las calles son de terror, las escuelas y los servicios de salud no sirven, pero Pastor Maldonado llegó de primero en Fórmula 1 en España. Eso es como mucho.

Tenemos que construir un concepto de territorio y de patria donde todos nos sintamos más o menos seguros, más o menos cuidados, más o menos tranquilos.

Harry Almena reading

Photo: Maria Jesús Pidal

En uno de tus poemas dices que “vivimos nuestra infancia entre ordenes marciales” y por eso persistimos en la búsqueda de espacios abiertos y viajes sin retorno. ¿Cuál sería tu escape o tu “espacio” en este caso?

Viví mi infancia con un militar, y claro, todo este presente me recuerda eso, es inevitable.

¿Cuál es el espacio? Un espacio donde la gente camine como le da la gana. Me gustaría un espacio normal, donde pudiera caminar con mi hijo por la calle sin sentir el temor de que algo va a pasar. Que dejemos de marchar marcialmente.

Una de las cosas más hermosas y más intensas que viví en Madrid, fue la sensación de poder salir a la calle con traje de baño, con una bacinilla en la cabeza y unas chapaletas de buzo sin que nadie te diga nada.

En La Patria Forajida haces referencia a los sucesos del 11 de abril 2002 ¿Has tenido problemas por eso?

No, en absoluto. Me trajo problemas hacer referencia al 11 de abril del 2002 en vivo. En esos días, escribía en varios blogs públicos, entre ellos El Meollo. Y fue eso lo que me trajo más de un inconveniente personal —amenazas, llamadas telefónicas, ese tipo de cosas—. Nunca me perturbé por eso; levantaba el teléfono y les mentaba la madre. A esas amenazas siempre he respondido, “¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a matar? Mátame. No voy a dejar de hablar porque tú me amenaces”.

Hablemos de la escritura cómo oficio. ¿Tienes hábitos al escribir? ¿Algún ritual?

Cuando escribo poesía no tengo rituales. Mi escritura proviene de palabras, frases o situaciones que llegan a mí como sonidos. Luego escribo borradores o grabo esos sonidos en un autobús, en la calle, donde sea. Leo y reviso muchísimo y no muestro nada, salvo cuando ya está muy maduro. Tengo dos o tres lectores, que me ayudan a aclarar dudas y profundizar visiones, entre ellos Israel Centeno .

Cuando escribo un cuento es distinto. Y si me llaman de una revista o de un periódico para que les entregue un ensayo, me dedico a eso por completo: no bebo, no escucho música, consulto muchos libros y me conecto al internet. Pero es otra dinámica y aún así no hay rituales.

¿Cuál es tu meta principal al sentarte a escribir?

El sonido y la coherencia. Es mentira que uno no piensa en un lector. De ser así, no se publicaría. Incluso Franz Kafka , quien quería que le quemaran todos sus escritos, se reunía con un grupo en un café de Praga y leía sus manuscritos. Uno siempre tiene un lector norte, que no es una persona en particular, sino alguien que está sentado en tu cabeza, que está conformado también por ti.

Siempre existe la intencionalidad de que el texto se comprenda de cierta y determinada manera. De allí la ayuda de los epígrafes, son señales para que quien vaya a comprar o leer el libro sepa de tu intencionalidad. Pero hasta allí. No puedes hacer más.

Dijiste una vez “los poemas que uno escribe terminan siendo totalmente distintos a los poemas que la gente lee” ¿No te resulta frustrante?

Para nada. Los poemas que leo terminan siendo absolutamente distintos a la intencionalidad con la que el autor los escribe, y como Giuseppe Ungaretti no está aquí para preguntarle: “Mira, ¿tú quisiste decir esto?”, tengo que conformarme con lo que he leído. Es normal que cada lector interprete el texto a su manera.

¿Cuándo comenzó tu interés por escribir poesía? ¿Siempre supiste que esto era lo que querías hacer por el resto de tu vida?

Ningún hecho personal define la vida de un escritor. Hay gente que lee mucho y no escribe. Hay gente que se le ha muerto toda la familia y no escribe. Hay gente que es alcohólica y lee mucho y no escribe. Sin embargo, hubo dos hechos significativos en mi infancia . Uno es que aprendí a leer con poesía. Mi madre me enseñó a leer la obra de tres grandes maestros: la poesía de Andrés Eloy Blanco , los cuentos de Hans Christian Andersen, y los comics de La pequeña Lulú. El otro hecho significativo es que antes de dedicarme a la literatura cantaba en público acompañado de una guitarra y compuse algunas canciones, luego me di cuenta de que me resultaba mucho más sencillo hacerlo sin música.

En 1980 estaba absolutamente en el aire —sin trabajo, sin estudio, sin pareja— y sentí en que la literatura era lo mío. Después llegaron los talleres, los libros, los premios, pero ya eso es otra historia. Básicamente lo que me llevó a escribir fue leer.

¿Cuál es la parte que más disfrutas al escribir poesía?

Eso no se disfruta. Yo lo sufro mucho. Se ponen en tensión cosas de tu vida, de tu presente, de tu manera de ver el mundo y, mientras escribes, descubres cosas de ti mismo que pueden ser dolorosas. Es como construir un espejo dónde mirarse y a mí me preocupa mucho no ser fiel a lo que digo.

Claro, la satisfacción viene cuando ves el libro publicado. Se te olvida toda la tensión que padeciste. Pero no hay ningún placer en la escritura.

Ganaste el concurso de cuentos de El Nacional, un premio bastante importante en Venezuela ¿por qué la ficción no se convirtió en la prioridad de tu obra?

Ese cuento intentaba ser un poema sobre el día que Mario Vargas Llosa recibió el premio Rómulo Gallegos por La Casa Verde. Oswaldo Trejo , que estuvo en ese acto porque trabajaba en el CELARG, me contó que al pobre viejo Gallegos nadie le prestaba atención, estaba ahí arrinconado, como un estorbo. Claro era 1967 y Vargas Llosa tenía 30 o 31 años, era el chico buenmozo, la promesa literaria. Esa imagen, la de un viejo escritor marginado por la figura de la joven promesa en ascenso, me conmovió mucho.

El hecho de que haya ganado el concurso del premio de El Nacional fue un error histórico. El primer sorprendido fui yo, que me enteré por un amigo chileno que me llamo a las 7 de la mañana.

¿Cuánto de lo que es escribes se ciñe a la realidad?

Todo lo que escribo tiene que ver con la realidad. No me invento nada. No tengo miedo de escribir sobre mis dolores, mis pesadillas, mis errores, de los lados oscuros que pueda mostrar. Siempre hay algo autobiográfico en lo que se escribe.

¿Existe algún tema tabú?

Si existiera el tabú en la literatura no podríamos leer al Marqués de Sade . La moral no existe en lo objetivo, existe en la persona, existe en cada uno de nosotros y, en ese sentido, no tengo ningún problema en escribir sobre cualquier cosa.

Según Julio Cortázarla literatura permite, e incluso reclama, una dimensión lúdica”, el habla de “un juego en el que puedes arriesgar tu vida”. Tú también hablas de asumir a la literatura como un juego ¿En qué sentido?

Es un juego porque en primer lugar no sabes adónde te lleva, no sabes si vas a ganar, no sabes si vas a tener un final feliz, no sabes adónde te conduce. Quizá sea una partida de ajedrez poco seria. La capacidad de mezclar tu vida personal con lo que está pasando afuera, con alguna historia que escuchaste, con algún libro que leíste —y hacerlo eso con absoluta impunidad— es un juego terrible y lamento estar de acuerdo con Cortázar, que no es santo de mi devoción.

¿Por qué?

De Julio me siguen gustando algunas cosas marginales, quizá los libros menos celebrados: La Vuelta al Día en Ochenta Mundos, Último Round, Historia de Cronopios y Famas , algunos cuentos como Final de Juego, o Queremos Tanto a Glenda , pero lo demás me parece muy inflado.

A mí me tocó vivir una época donde a los escritores se les leía por ser de izquierda o de derecha. Todos leían a Cortázar porque era el monstruo de la izquierda, pero nadie leía a Borges porque era de derecha. Sufrí ese prejuicio y estuve mucho tiempo sin leer a Borges, que es un maestro de muchísimas cosas, entre otras, del sonido. El castellano que maneja Borges es un castellano limpio, pulido, muy cuidado sonoramente. En cambio, siento que hay muchísimos fragmentos de Cortázar que son absolutamente sordos. Cuando hagan la Antología de escritores del planeta tierra para los lectores de Venus no estoy seguro de que Cortázar esté, pero estoy absolutamente convencido de que Borges estará.

¿Qué piensas de Twitter y demás redes sociales como herramientas para el escritor?

Una de las maneras de ejercer mi ciudadanía es a través de las redes sociales, pero nunca publico un poema o recomiendo un libro, me parece un fastidio. Para eso tengo mi blog donde opino sobre literatura y copio fragmentos de mi obra, pero en Twitter ejerzo mi ciudadanía, y más en este momento, en este país, que ya tú sabes cómo anda. Más que escritor me preocupa ser un ciudadano.

¿Cuáles son tus autores favoritos?

Mi formación de oído es la poesía medieval española, aunque no parezca. Pero cada vez me cuesta más leer poesía. Ahora estoy leyendo más ensayos.

¿Por qué ahora lees menos poesía?

Porque no encuentro nada que me seduzca, aunque suene un poco pedante.

Son pocos los autores a los que siempre regreso: Jorge Luis Borges, Giussepe Ungaretti, el viejo Jaime Sabines, los clásicos del Siglo de Oro, de vez en cuando la Biblia, pero leer poesía de mis contemporáneos me resulta cada vez más complicado. Eso sí, estoy muy pendiente de lo que está escribiendo la gente más joven, porque me preocupa mucho lo que pasa en el país y cómo eso está siendo contado por los poetas.

Leo muchísimos ensayos y libros de historia. Estoy leyendo todo lo que consigo de y sobre Martin Heidegger. Estuve leyendo con mucho interés todo lo que escribió Paul Celan y lo que se escribe acerca de él, y de vez en cuando regreso a sus textos. Estoy leyendo a los poetas rusos, Anna Ajmátova , Marina Tsvetaieva , Ósip Mandelstam, porque narran cosas cercanas a lo que sucede en el país. También historia de Venezuela, geografía histórica de Venezuela, ensayos provenientes de la tradición y del pensamiento judío, como George Steiner y Emmanuele Lévinas.

Deseo escribir un largo ensayo sobre la pertinencia del paisaje en la poesía en Venezuela y eso me ha llevado a sumergirme en toda la temática del paisaje, la poesía de los siglos XIX y el XX, la historia económica del país, ensayos acerca del café, el cacao y el petróleo. Eso es un tema que me interesa muchísimo y creo que se nota en lo que escribo.

¿Existe algún autor venezolano que haya marcado una pauta para tu escritura?

Creo que es imposible hablar de la poesía venezolana sin referirse por lo menos a cuatro: Juan Sánchez Pelaez , Vicente Gerbasi , Rafael Cadenas y Eugenio Montejo . Hacia atrás hay que mencionar a Miguel Ramón Utrera y Andrés Eloy Blanco, poetas que pocos leen, pero también a Pepe Barroeta , Teofilo Tortolero , Andrés Mata , Udón Pérez , Jacinto Fombona Pachano, Juan Antonio Perez Bonalde y por supuesto al maestro de todos nosotros, Andrés Bello .

Enseñar, dictar talleres, ¿ha incidido en tu poesía de alguna manera?

En la universidad imparto una asignatura que se llama Lenguaje y Comunicación. No hablo nada sobre poesía o narrativa y paso absolutamente inadvertido como escritor, cosa que agradezco. Los talleres son otra cosa: lo que me interesa es tratar de captar la voz central de cada una de las personas que están en el taller, y tratar de que tomen consciencia de eso. En los talleres he aprendido mucho.

Como escritor ¿vuelves a tus raíces o intentas cortar con ellas?

Vivo actualmente en el pueblo donde pasé mi infancia y antes pensaba que era necesario tener una raíz, pero últimamente he cambiado de parecer. Esta mañana, por ejemplo, estaba escuchando una entrevista con la cantante española, Concha Buika. Ella —negra, hija de ganeses y de angoleños, nacida en Mallorca— buscó sus raíces en África y en el flamenco. En la entrevista aseguraba que no se siente arraigada a ninguna parte y que eso le permite cantar tango, bolero, jazz, cualquier cosa, siempre con un acento flamenco. Y yo pensaba: “hasta qué punto esta mujer se ha liberado del prejuicio de cantarle siempre a una raíz y abrirse a una multiplicidad de facetas que ella misma contiene; hasta qué punto la historia personal no tiene que ver con una multiplicidad de raíces —nací en Caracas pero me crié en provincia, estudié en varios liceos y luego viajé mucho.”

Mi poemario La Patria Forajida es una queja a esa camisa de fuerza que puede significar seguir viviendo en el mismo país. Creo que más que intentar volver a unas raíces, me siento sanamente exiliado, y no me quejo ni lloro por ello, sino que lo he aceptado como parte del proceso de fortalecimiento de mi persona y de lo que escribo.

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