Cartografías
by Horacio Castellanos Moya / September 27, 2012 / No comments
La vida de ciertos escritores puede seguirse, como se sigue una ruta precisa en un mapa, a través de los bares en que han transcurrido sus noches, o parte de ellas. Algo semejante sucede también con los periodistas –pero con los de la vieja escuela, no con los yuppies actuales que no beben ni fuman, y toman café sin cafeína. “Dime en qué bar vives parte de tus días y te diré quién eres”, dice el refrán.
- Corkscrew is focused on Latin American issues. Literature, journalism and politics are the main concerns of this column. A corkscrew is useful only if it opens a bottle, hopefully full of something that would enlighten our spirits, but we could also set loose a cruel Genie or a rotten wine. The author will follow this principle: look for topics that open debates, new perspectives, and controversy. Cheers!
- Horacio Castellanos Moya is a writer and a journalist from El Salvador. For two decades he worked as a journalist in Mexico, Guatemala, and his own country. He has published ten novels, five short story collections and two books of essays. He was granted residencies in a program supported by the Frankfurt International Book Fair (2004-2006) and at City of Asylum/Pittsburgh (2006-2008). In 2009, he was a guest researcher at the University of Tokyo. Currently he teaches at the University of Iowa.
Yo pertenezco a ese tipo de escritores y también fui periodista de la vieja escuela. Me gusta, a veces, cuando me pongo nostálgico, recorrer en mi memoria esa cartografía personal. Y descubro que comienza en la Ciudad de México, en la calle de Insurgentes Centro, en una cantina llamada “La Castellana”, que incluso me servía, en algunas ocasiones, como oficina alterna a la hora de la comida, cuando el murmullo de las conspiraciones era ahogado por el barullo de los comensales. Y a partir de ahí puedo reconstruir, cantina a cantina, los distintos barrios en que viví y los distintos medios de prensa en los que trabajé durante más de una década en esa ciudad.
Y así, en cada ciudad en la que he aposentado mis huesos, casi siempre he encontrado un bar querido, a veces cerca, a veces no tanto, pero que se transforma en el sitio a través del cual me empapo de la ciudad y de sus habitantes, un bar donde no sólo bebo las copas, sino la atmósfera, una manera de ser y de entender el mundo: El Portalito en la Ciudad de Guatemala, La Luna en San Salvador, el Tirso de Molina a la entrada de Lavapiés, el Metropol detrás de la catedral de Frankfurt, el Hemingway en Pittsburgh, el Buchi en las estribaciones de Shibuya. Y ahora, en esta pequeña ciudad del medio oeste norteamericano en la que transcurro mis días, un par de bares legendarios: el Fox Head y el George’s, ubicados apenas a cincuenta metros el uno del otro, y en los que pululan chicas y chicos ansiosos por convertirse en escritores de éxito.
Más de una vez me he preguntado qué tipo de escritor hubiera sido, qué tipo de obra hubiera escrito, si no hubiera pasado tantas y tantas horas de mi vida en una barra, en el derroche de las energías vitales y en la saturación de los sentidos. La pregunta es estúpida, lo sé, porque no sería yo, porque si para escribir ficción se requiriera la mentalidad de un ayatollah o de un hombre de negocios, yo me hubiera dedicado a otros menesteres.
Y vuelvo a esta cartografía personal, decía, cuando me pongo nostálgico, como ahora, cuando el otoño nos remece de presagios, cuando la desgracia que ha atacado a seres queridos me obliga a recordar que la muerte no avisa, y que de aquí no nos llevaremos nada, ni siquiera esas memorias hermosas de los bares donde el tiempo adquiere otra textura, donde lo que somos se nutre de la fanfarronería, la seducción y el entusiasmo.