¿A Qué Huelen Los Héroes Del Proletariado?
by Orlando Luis Pardo Lazo / October 28, 2014 / No comments
Ágata, la terrible abuela de Agar, aquel niño maldito de El Juego de la viola, volumen de cuentos del cubano Guillermo Rosales (1946-1993), decía que los comunistas andaban “todos con el culo remendado” y “con olor a taller de bicicletas”.
Refiriéndose a la reiterativa ropa interior en los tiempos de la Revolución, en su novela La vida está en otra parte el checo Milan Kundera ridiculiza la inelegancia del socialismo encarnada en el joven poeta Jaromil, también atosigado por una abuela.
Ah, pero los regímenes comunistas también intentan tener su propio glamour de élite y sus esencias de la high-life obrera. En Cuba, por ejemplo, la obsesión con los olores sagrados se acomoda entre el concepto de kitsch comunista y el de complicidad comercial.
Un par de dcadas atrás, el grupo empresarial cubano Labiofam creó las colonias Alejandro y Celia: “productos con nombres alegóricos a personalidades de la Revolución”. Era obviamente un homenaje de olor al entonces comandante en jefe Fidel Alejandro Castro Ruz y a quien fuera su Primera Dama no oficial: Celia Sánchez Manduley. También se lanzaría luego la colonia Lina en honor a la madre de los hermanos Castro, Lina Ruz, que de paso era —¡por supuesto!— la abuela del Dr. José Antonio Fraga Castro, director general de Labiofam.
Hace apenas un mes, la prensa internacional acreditada en Cuba anunció los últimos perfumes de Labiofam: nada menos que Hugo y Ernesto, para que así las narices del mundo nunca pudieran olvidar al venezolano Hugo Chávez ni al argentino Ernesto Ché Guevara.
Ernesto se anunció como “amaderado y con un toque cítrico refrescante más polvo de talco”, mientras que Hugo era “algo más suave y afrutado, una mezcla de trazas entre mango y papaya”. “No es propaganda, sino un homenaje”, declaró el bioquímico Mario Valdés, jefe de desarrollo de ambos perfumes.
Justo al día siguiente nadie pudo evitar el escándalo oficial, que vino de la propia prensa comunista —la única legal en Cuba—, que en el editorial Los símbolos son sagrados censuró ambos productos, a pesar de que llevaban más de un año en desarrollo y estaban ya listos para su producción.
La escueta editorial del periódico Granma —casi un parte de guerra— aclaraba, según el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, que ni los familiares del Ché Guevara ni de Hugo Chávez habían sido consultados para convertirlos en perfumes, contrario a lo asegurado por los especialistas de Labiofam a la agencia de noticias AP. Y aún peor, Granma amenazó que “por este grave error serán tomadas las medidas disciplinarias que correspondan”, porque “iniciativas de esta naturaleza no serán aceptadas jamás por nuestro pueblo ni por el Gobierno Revolucionario”.
Parece una comedia del peor cine de Corea del Norte, cuya filmografía se supone ha sido concebida exclusivamente por el Líder Máximo de esa otra totalitaria nación. Como anti-clímax, el Dr. Fraga Castro le remitió una carta a los familiares supuestamente indignados por el nombre de las colonias, donde, al igual que les encanta hacerlo a sus tíos Fidel y Raúl Castro, él la emprende contra la libertad de expresión de la prensa internacional por su “enfoque mal intencionado y tergiversado”, el “show mediático” y la “voraz campaña de desinformación”, entre otros “mezquinos intereses de una prensa que miente y ataca”.
“Y uno no sabe si reír o si llorar…”, como canta Joaquín Sabina en El muro de Berlín, viendo esta mezcolanza de miedo y mediocridad, de olores y horrores. Habrá que darle al final de la historia la razón a la abuela Ágata, no tanto por lo del taller de bicicletas como por lo del remiendo en la parte más precaria del pantalón.
Hasta el odio en Cuba es oloroso. Al menos así se lo escribió a Fidel Castro a principios de los años sesenta la entonces recién exiliada Condesa de Revilla de Camargo (cuyas propiedades fueron confiscadas por la Revolución): “A mí me da náuseas su peste. Y a usted mi perfume”.