Campanas de Verano por Jhortensia Espineta Osuna
by Sampsonia Way / August 26, 2013 / 2 Comments
Dunia, tu hija, no sale de su cuarto, o del cuarto que ambas comparten y que compartían con tu mamá y tu abuela; hasta que decidieron morirse en junio pasado una tras la otra, para que agosto no les sacara el líquido que les quedaba entre la piel y los huesos.
Por la ventana desfila el barrio con sus ropas de domingo. Otros solo transitan con su jaba de nylon para iniciar la semana con algo en la canasta.
Es fin de mes, estás atrapada entre la ventana y las grietas del piso donde las hormigas han hecho pequeñas colonias. La sala es amplia, con apenas unos muebles roídos e incapaces de abultar el territorio. La pared pintada exhibe tu título de Doctor en Medicina, junto a la bata blanca y el estetoscopio. Las tres cosas guindan en la espesura de la pared, sostenida por el adobe de cal y cemento.
- Jhortensia Espineta Osuna
- Ha publicado el libro de cuentos: Zona de exorcismo (Ácana, 2006). Textos suyos han aparecido en las revistas cubanas: Antenas y El Caimán Barbudo.
- Espineta Osuna se refugia en uno de los últimos pisos de uno de los únicos edificios altos de Camagüey. Desde allí, en silencio explosivo, como una gladiadora iluminada de letras, escribe una novela desde hace años. A pesar de su profesión como publicista, desconfía de los medios masivos de comunicación cuando de revelar los secretos de su propia obra se trata.
- Reside en Camagüey, Cuba.
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No te mueves de donde estás y miras salir al viejo con el perro en la acera de enfrente. Desde que llegó su hijo, está más repuesto. Ya no se le ven las costillas a flor de piel y quizás tampoco mate cucarachas en las noches, llenando el piso de insectos y escupitajos.
Aún no te has movido del lugar, sigues parada allí entre las grietas del piso. El viejo acaricia la barriga del perro, que levanta su pata y orina contra la pared.
—Traer ese perro costó ¡dos mil dólares!
Tu susurro te sorprende y miras por la ventana. El viejo entra primero al perro y cierra la puerta tras de sí.
—¡Un perro!
El hijo del viejo llegó una noche en un auto, llenó la cuadra de ruidos y música. Cuando se fue, era apenas un muchacho sin más aspiraciones que ver morir a su padre matando cucarachas y escupiendo por todas partes. Ahora es un amasijo de grasa y olores; trajo a una gorda con tanta grasa y olores como él y llenaron la casa con muebles capaces de sostenerlo a él, a su gorda y a todo un familión de obesos, blancos y olorosos.
La primera vez que el gordo vio a Dunia, le brindó un refresco. Hablaron intensamente de su delgadez y del azul de sus ojos, pero sobre todo de la delgadez y el tamaño. Llamó a la gorda para que Dunia la conociera, conociera su obesidad y el poco español que hablaba. Tú no le diste importancia, al fin y al cabo eran vecinos de siempre.
Una noche salieron. Dunia regresó algo mareada. Nunca la habías visto tan juguetona o quizás nunca te habías fijado en la estatura, ni en sus senos. No eran simples quince años, eran años largos, delgados, bien cumplidos, aun cuando la canasta alimentaria limitara a la genética.
Pero era demasiado: tu mamá, tu abuela, Dunia y el currículo para cumplir una misión en cualquier parte donde haya o no negros. Cualquier parte te daría para mejorar el piso, lleno de grietas, y abultar, con muebles, la espaciosa sala.
La segunda vez, la gorda trajo a Dunia casi a cuestas. Le sonreíste en la puerta. Junto a ella traía una shopping-bag atestada de cosas, tantas, que al día siguiente solo pudiste advertirla de los trastornos de la bebida.
—Fueron solo dos cervezas, mamá.
Y baile, después supiste cuánto habían bailado.
—Ellos son divertidísimos.
—Es que el dinero hace sonrisas —le dijiste entre muecas, ya no solo por la embriaguez del alcohol, sino por tanto amparo y tenis y jeans y perfumes.
—Menos mal que no se olvidaron de los favores que le hice al viejo.
En los días siguientes todo fue igual; tu hija apenas pasaba por casa a traerte comida y darte un beso. Los gordos te sonreían desde el auto, esperando a que Dunia subiera para partir hacia cualquier lugar de la ciudad que permitiera a dos gordos insaciables y una adolescente.
—Mañana se van.
Dunia saltó casi de la puerta de la casa al auto, mientras agosto evaporaba la ciudad.
La trajeron en la madrugada. Esta vez no daba tumbos, traía una sonrisa idiota y los ojos casi inmóviles. Fue hasta el cuarto y se tiró en la cama. Ellos te tendieron una sonrisa grande, con un maletín más grande aún.
—Es buena chica, cuídela —dijo la gorda en su castellano ridículo y el gordo asintió con la cabeza.
Apenas se marcharon, abriste el maletín, estuviste revisando todo su contenido. Con esas ropas quizás te tendrían en cuenta a la hora de seleccionar a alguien para la misión. Esas ropas y esos perfumes te quitaban el lastre de cargar con dos ancianas por años y te devolvían a tu hija larga y con ojos azules.
Cuando contabas el dinero, Dunia apareció con las manos en la cara.
—Me duele mucho la cabeza.
—Debe dolerte todo el cuerpo.
—La cabeza más que nada.
—Acuéstate, ya se te pasará.
Tú sabías casi desde el inicio que no era solo cerveza. Las ropas traían el olor seco y atronante de la marihuana. Muchas veces oliste su boca mientras dormía y te sentaste en la cama a mirarla.
Sentías un frío intenso en el estómago, no por el olor a marihuana que traía, ni siquiera por los restos de semen seco, prendidos de sus vellos púbicos; sino porque permaneciste inmutable y hasta sentiste lástima por Dunia que soportaba un peso tan grande encima o, tal vez, ya tu hija era capaz de maniobrar encima del gordo.
Ahora estás en la ventana, no tienes que ir al mercado a regatear o esperar casi al cierre para las rebajas. Es todo tuyo el domingo. Mañana irás con más deseos a trabajar, a hacerles emboscadas a tus pacientes en sus cuadros clínicos delirantes, más por escasez que por una patología, y recetarles en realidad la dosis de humor que necesitan.
Dunia se acerca por detrás y te sorprende golpeando los barrotes uno a uno con el abanico, la miras y te sonríe.
—Te dejaron un juego de chaqueta que es un sueño.
—Ya lo vi.
—Ven para que te lo pruebes.
Las dos se agachan a hurgar dentro del maletín.
—¿Qué habría pasado si ella te sorprende con él?
Dunia te mira y aparta el sudor de tu frente.
—Yo nunca me acosté con él.
—¿Y entonces?
—Era con ella.
Te quedas mirándola y comienzas a hurgar en busca del juego de chaqueta.
—El semen que me limpiabas era del perro.
El juego de chaqueta es color púrpura, la blusa tiene estampados en ese mismo color y en negro, combina con los zapatos. Un bonito juego, solo hay que cogerle de ancho.
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Los hechos y/o personajes de esta historia son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
All facts and characters appearing in this work are fictitious. Any resemblance to real persons, living or dead, is purely coincidental.
Read in English
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2 Comments on "Campanas de Verano por Jhortensia Espineta Osuna"
Fiction??? That’s why I love Jhortensia, she takes cuban reality into fiction and fiction into cuban reality… Only she can do it with this realism, these dialogues, these characters so cuban citizens… No one like her.
Thanks for let me be in your world.
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